Docente: Hacer ejercicio en bicicleta, por tanto, contribuye a una vida saludable.
Estudiantes: Es bueno andar en bici, vengamos en ella al colegio.
Institución: está prohibido venir en bicicleta al colegio, acá no hay lugar para guardarlas.
Santiago, 2015, hechos reales en un mundo demasiado real.
Por: Marco G. Araya C., ARPA Ciencias Naturales.
Los nuevos desafíos en educación basados en la necesidad de formar futuras ciudadanas y ciudadanos preparados para desenvolverse en el mundo que les rodea, han reposicionado aprendizajes antes no considerados como relevantes al interior del currículum. Si bien la resolución de problemas se ha instalado como un aprendizaje fundamental para diferentes áreas del conocimiento desde antes del 2015, hoy en 2021 es seguido de cerca por su rol en el desarrollo del pensamiento crítico. Impulsado por la creciente información circulante en internet, el despertar de Chile en 2019 y la actual pandemia del COVID-19, la promoción de esta habilidad constituye una necesidad central en educación. Y es que ésta, se halla a la base de dos ejes centrales de nuestra vida en pandemia: la ciencia y la democracia.
Diversos autores y autoras han conceptualizado el pensamiento crítico con diferentes matices y así, el debate sigue en curso en educación. Pese a esto, un ejemplo de consenso en torno a la definición de este concepto y a las habilidades básicas necesarias para pensar críticamente, se halla en el Informe Delphi1. Atendiendo a esta propuesta, podemos considerar que los y las estudiantes que desarrollan pensamiento crítico, tienen mayor capacidad de formular juicios intencionales y autorreguladores. Procesos que podrían derivar en la interpretación, el análisis, la evaluación y la inferencia, así como en una explicación de las consideraciones empíricas, conceptuales, metodológicas, criteriales o contextuales en las que se basan dichos juicios.
En este sentido, es consenso que el desarrollo de la ciencia requiere utilizar críticamente la razón. Esto, no sólo al momento de poner ideas a prueba mediante la experimentación, sino que en la utilización de modelos para atender a problemáticas situadas. Qué mejor que pensarlo desde el prisma actual a propósito de la pandemia que trajo el COVID 19, y los desafíos que esta coyuntura ha impuesto en todos los ámbitos. Y es que este momento de la historia resulta ser también una expresión gráfica de la importancia de realizar cuestionamientos críticos, tanto en torno a esta experiencia humana, como su derivado proceso científico. Por ejemplo: ¿Qué evidencias de eficacia existen para esta vacuna? ¿cómo se obtuvieron esas evidencias? ¿cuáles son las ventajas y limitaciones de esas metodologías? Por otra parte, el funcionamiento adecuado de nuestra democracia, requiere de ciudadanos que puedan pensar críticamente los problemas sociales, la probidad y funcionamiento de las instituciones, o tomar postura respecto de una gobernanza que subsane los conflictos que involucran a todas y todos los ciudadanos. A saber, preguntarse: ¿Qué factores influyen en que las cuarentenas tengan baja efectividad? ¿Qué problemas enfrentan las personas con el confinamiento? ¿Qué medidas han sido efectivas frente a esto? ¿Cómo están funcionando las instituciones hoy? ¿Cómo administran sus recursos? ¿Es eficiente esa administración? Es decir, mentar y confeccionar respuestas acerca de la vida en democracia y la búsqueda del bien común.
Como fue referido anteriormente, el pensamiento crítico permite a las personas obtener una comprensión más compleja de la información que encuentran, promueve una reflexiva e informada toma de decisiones y la resolución de problemas del mundo real en escenarios locales y globales. Aun cuando la necesidad de desarrollar esta habilidad en las aulas resulta evidente, es válido preguntarse ¿Están preparados los sistemas educativos para ofrecer y sostener oportunidades de aprendizaje para formar estudiantes con pensamiento crítico?
Esta es una pregunta bastante amplia, pero se ofrecerán dos breves reflexiones para abrir perspectivas: una desde el rol docente en el desarrollo del pensamiento crítico, y la otra, desde la apertura de los sistemas educativos hacia estudiantes que desarrollan el pensamiento crítico.
Las y los docentes de Chile y el mundo, realizan un esfuerzo encomiable para continuar con el desarrollo de aprendizajes en las y los estudiantes, bajo la modalidad a distancia. Las prácticas de aula muestran que, en general, la aproximación al desarrollo del pensamiento crítico se logra desde actividades en que se demanda tomar decisiones, o se solicita la formulación de ideas que apoyen dicha decisión. Sin embargo, se requiere de una estructuración exhaustiva de estos aprendizajes, de modo que quienes aprenden puedan desarrollar criterios que impidan por ejemplo: saltos apresurados a conclusiones, formulación de juicios sin importar cuán fuerte sea la evidencia, razonamientos desde una perspectiva ideológica o religiosa incuestionable, o uso rutinario de un algoritmo para responder una pregunta. A la vez, esto debe comprenderse como un proceso continuo, que demanda de retroalimentación en múltiples formas y que requiere de tiempos que cada docente, desde una sola asignatura, no necesariamente puede ofrecer ¿Habrá sido una buena opción reducir las horas en aula de ciencias e historia? eso queda para otra discusión.
Que las y los estudiantes alcancen aprendizajes que incorporen un vínculo profundo entre los diferentes elementos que conforman el pensamiento crítico (elementos puestos en juego en la resolución de un problema), demanda un esfuerzo que trasciende a las y los docentes en particular. Por ello, resulta relevante situar la resolución de problemas y el pensamiento crítico a nivel del currículum implementado en las escuelas, pues así se abren oportunidades de colaboración docente que activan esta habilidad en las diferentes áreas del conocimiento. Con igual responsabilidad, los equipos directivos deben gestionar espacios y posibilidades de desarrollo donde el estudiantado ponga en juego este aprendizaje, valorándolo a través de prácticas democráticas en la escuela.
Si decimos que el desarrollo del pensamiento crítico posibilita la formación ciudadanos críticos de su realidad ¿Qué ocurre con un estudiante que ha desarrollado este aprendizaje en una institución educativa? Probablemente la primera reacción que imaginamos, es la de cierta satisfacción frente a dichos aprendizajes. Sin embargo, la experiencia en aula regular y no regular me ha mostrado de forma personal una situación muy diferente, especialmente cuando las y los estudiantes alcanzan la adolescencia. Sin duda esta es una etapa compleja por sí misma, pero también coincide con estudiantes que han avanzado en su trayectoria escolar y que por ello, idealmente, lo han hecho en sus aprendizajes. Estudiantes que evidencian el desarrollo del pensamiento crítico (atendiendo a los elementos que se han considerado para esta reflexión), realizan juicios fundados en torno a todo lo que les rodea y considerando que -aun con la pandemia- destinan un tiempo importante a las actividades escolares, es de esperar que los focos de sus críticas puedan estar en las instituciones educativas de las cuales forman parte. Como adultos nos cuesta recibir juicios fundados y esto hace que cobre relevancia la pregunta ¿estamos preparados para acoger a estudiantes con pensamiento crítico? Las instituciones educativas y sus actores suelen valorar el desarrollo del pensamiento crítico como parte de su visión y misión, pero en ocasiones, pareciera ser que queremos un pensamiento crítico acotado, uno que de ninguna forma nos disponga como objeto, menos si es fundado. En este sentido, formar estudiantes con pensamiento crítico demanda de instituciones educativas completas al servicio de este aprendizaje, abiertas a recibir la crítica como oportunidad de crecimiento y capaces de entregar respuestas a la altura de las reflexiones que las y los estudiantes puedan construir.
Estas líneas no pretenden entregar una respuesta única frente a una pregunta que es en extremo amplia, más bien buscan compartir algunas reflexiones que permitan dimensionar lo que queremos con el desarrollo del pensamiento crítico en las aulas. En este espíritu, se busca plantear la necesidad de colaboración entre las actrices y actores de la comunidad educativa, para construir el desarrollo de un pensamiento crítico genuino en las y los estudiantes. Asimismo, se plantea la relevancia de consolidar esta habilidad como adultos, para acoger desde allí los juicios, necesidades y demandas de quienes pretendemos educar.
1Citado en Dwyer, C., Hogan, M., & Stewart, I. (2014). An integrated critical thinking framework for the 21st century. Thinking Skills & Creativity, 12, 43-52